Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

domingo, 25 de noviembre de 2012

"No te salves"



No te salves.

No te quedes inmóvil 
al borde del camino 
no congeles el júbilo 
no quieras con desgana 
no te salves ahora 
ni nunca 
no te salves 
no te llenes de calma 
no reserves del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
no dejes caer los párpados 
pesados como juicios 
no te quedes sin labios 
no te duermas sin sueño 
no te pienses sin sangre 
no te juzgues sin tiempo 

pero si 
pese a todo 
no puedes evitarlo 
y congelas el júbilo 
y quieres con desgana 
y te salvas ahora 
y te llenas de calma 
y reservas del mundo 
sólo un rincón tranquilo 
y dejas caer los párpados 
pesados como juicios 
y te secas sin labios 
y te duermes sin sueño 
y te piensas sin sangre 
y te juzgas sin tiempo 
y te quedas inmóvil 
al borde del camino 
y te salvas 
entonces 
no te quedes conmigo.


Mario Benedetti.

martes, 20 de noviembre de 2012

Thessaloniki, mi amor.




Caminaba segura de que era lo más cercano a volar; no me miraba los pies, pero podía sentir como mis huellas iban planeando sobre un destino incierto de calles barridas por sueños de colores.
Sentía como, incluso, la decadencia era un faro que me alumbraba ese punto del mundo donde me encontraba, y me gustaba, y disfrutaba de ella.
Podía leer todos esos pensamientos que, de la mano, le hablaban al ruido de la ciudad. Desde lo más absurdo hasta lo más profundo escondido en los ojos de alguien a quién, como a mi, le crecía la vida soñando.
Me paraba en cada punto minúsculo que me llamaba y escuchaba la textura de mi risa por dentro, era una mezcla entre lo reconfortante y lo difícil. Pero siempre fui feliz con tan poco, que ahora volar de esta manera me hacia estremecer de un sentimiento más vivo que nunca.
Podía observar entre ruinas lo roído del caminar de los otros, algo loco, como buscando lo que no les encontraba, como un reloj al que le costaba respirar. Y me encantaba. Me encantaba esa mezcla entre lo fugaz del hoy, con la supervivencia de los años, en diferentes escenarios que abrazaban libremente la ciudad, casi sin avisar.
La de personas que pasaron por allí - mi pensamiento constante - entre la verborrea de los árboles, la flexibilidad del viento flotando en el mar y lo bonito de la historia que se convertía en el más vivo presente.
Mientras, también pensaba en todos esos lugares que me quedaban por visitar en este mapa de días del que se compone la vida y del que se nutren los instantes más bonitos y fugaces, pero capaz de eternizarnos hasta ese punto de quedarte con un lugar en tu retina pestañeando algo infinito.
Así fue como me enamoré de Thessaloniki, una ciudad vestida de sencillez y quizás tan bella por ello y por  su falta de ruinas y su exceso de vida evaporándose en un ambiente joven y fértil, romántico y bello.
Volveré.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sobreviviendo entre lo oxidado.



A veces resultaba extraordinaria la supervivencia con este corazón de cristal.
Esa forma de no juzgar en el primer parpadeo, de no pensar lo peor. Esa manera de ver los problemas lejos, de no encontrarlos, de no parecer necesarios.
Resultaba inquietante como algunas personas tenían un filtro de inercia. Cómo eran capaces de ver sin mirar y encontrar todo tan negro. Como la desconfianza funcionaba a la perfección como moneda de cambio.
Y yo, yo no lograba entender...
No aguantaba esas rocambolescas risas, plagadas de mentira y esas irónicas alusiones a ceder, sin miedo, una oportunidad de conocer. Mientras tanto, otras personas se dejaban caer en lo fácil de tacharlo de inocencia o ilusión. Yo no podía ir con cautela. No podía bajar el telón y sentir como un robot. Nada hasta este momento me había puesto frente a esa determinación.
Toda esa neblina sembraba dudas en lo incierto de las personas y yo no estaba dispuesta a ser una más, a anular mi naturalidad, mis raíces de creer, de confiar. Por eso, a veces, los días se tornaban duros como el cemento que tapia huellas y nace de esas miradas amargas.
Parecían, pues, éstos, caer en picado entre los rastrojos de egoísmo que, más allá de conducir al sinsentido, podían palparse usurpando corazones, aparentemente heridos porque aquellas personas, desmemoriadas del vivir, forraban todas las calles de un hielo profundo, pasmoso.

¿A qué hora debía, entonces, dejar de creer si, para ello, suponía dejar de crecer?

Mi problema era que yo pecaba de no querer sobrevivir, yo sólo quería vivir. Como soy.
Por eso, a veces esa inocencia, ese idealismo, esa ilusión me llevaba lejos de la inteligencia muerta que nace de la infelicidad pero, lo que no sabían es que yo era tan feliz que no me asustaba llorar.




domingo, 4 de noviembre de 2012

Reflexión interna en tinta ajena.




"Sin embargo, cada vez  que debo hablar de mí mismo me siento, en cierto modo, confuso. Me veo atrapado por la clásica paradoja que conlleva la proposición: <<¿Quién soy?>>. Si se tratara de una simple cantidad de información, no habría nadie en este mundo que pudiera aportar más datos que yo. No obstante, al hablar sobre mi, ese yo de quien estoy hablando queda automáticamente limitado, condicionado y empobrecido en manos de otro que soy yo mismo en tanto que narrador -víctima de mi sistema de valores, de mi sensibilidad, de mi capacidad de observación y de otros muchos condicionamientos reales-. En consecuencia, ¿hasta qué punto se ajusta a la verdad el <<yo>> que retrato? Es algo que me inquieta terriblemente. Es más, me ha preocupado siempre.
Sin embargo, la mayoría de las personas de este mundo no parece sentir ese temor, esa incertidumbre. En cuanto tienen oportunidad hablan de sí mismos con una sinceridad pasmosa. Suelen decir frases del tipo: <<Yo parezco tonto de tan franco y sincero como soy>>, o <<Soy muy sensible y me manejo muy mal en este mundo>>, o <<Yo le leo el pensamiento a la gente>>. Pero he visto innumerables veces como personas <<sensibles>> herían sin más los sentimientos ajenos. He visto a personas <<francas y sinceras>> esgrimir sin darse cuenta las excusas que más le convenían. He visto cómo personas que <<le leían el pensamiento a la gente>> eran engañadas por los halagos más burdos. Todo ello me lleva a pensar: <<¿Qué sabemos, en realidad, de nosotros mismos?>>"

MURAKAMI, H. Sputnik, mi amor. Tusquets: Barcelona, 2011, p.65.